jueves, 19 de noviembre de 2009

LO CORTES NO QUITA EL ASIENTO


Viajo en colectivo siempre, suelo tomar el 53.
Cuando subo estoy seguro de conseguir asiento, así que no me importa que vayamos como sardinas, bueno a esta altura como atún desmenuzado es mas apropiado.
A las dos o tres cuadras siempre logro sentarme de la mitad para atras de vehículo.
De manera tal que esos veinte minutos que hay de espera en la barrera de la avenida Nazca voy super cómodo. Cuando logramos pasar las vías la primera parada es en la avenida Avellaneda. Allí siempre hay alguna señora corpulenta llena de bolsas que se encastra en el pasillos y avanza. Indefectiblemente avanza hacia mi puesto de combate. La veo venir aferrada a sus bártulos, arremetiendo contra el pasaje. Algunos se estrolan contra las ventanillas otros hacen como las mamushkas. Sus ojos estan clavados en mi asiento, mis manos también.
Cuando el colectivo gira para tomar la avenida Gaona, acomoda sus bolsas en mi cabeza y su barriga en mi hombro -prefiero pensar que es su barriga-. Aún en pleno invierno hace calor, sus senos se sacuden a la altura de mis ojos y pese al movimiento no refrescan nada. Su tremenda humanidad no da respiro.
No sin esfuerzo saco mi celular del bolsillo, marco el número y hablo en voz baja. Ya se sabe que cuando uno susurra, los otros escuchan mas:
-Hola.. Si como andan?... Yo en el colectivo todavía, fui al oculista... Y bueno ya me parecía tengo una bruta conjuntivitis. Si mirá parece que estoy en plena época de contagio , si si , muy virulento.. asi que si dejamos los chicos con la abuela seria mejor asi no les paso la peste...
El diálogo telefónico continúa unos minutos mas, pero como por arte de magia la señora empieza a recular hasta que atraviesa la muralla humana y la pierdo de vista.
Como siempre, cuando llego a casa enciendo el contestador y escucho mi monólogo sobre el oculista. Mientras me mato de risa pienso en cómo las palabras pueden mas que los empujones.

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