martes, 18 de diciembre de 2012

LA VIDA LOCA

Te pasó en estos días que alguien te pregunte cuando te vas de vacaciones?.
Parece que irse de vacaciones se ha convertido en un asunto de estado, una obligación.
Cuando yo era pibe las vacaciones se pasaban en casita, al lado de la manguera y sin un mango.
La primera vez que mis viejos me llevaron de vacaciones fue a Mar del Plata, paramos en una casucha por la loma del quinoto. Hace cincuenta años el faro de Mardel, era el faro del fin del mundo. De entonces tengo y recuerdo una foto con mi vieja y mi hermana en la playa, porque en aquellos tiempos, el presupuesto daba solo para una foto así que si no te reías a tiempo estabas en el horno. Una postal de la ciudad felíz llena de dedos ya que recorríó las huellas digitales de parientes, amigos y vecinos.
 Desde que tengo la camarita digital saco fotos al reverendo pedo y si tengo que elegir alguna en particular no podría: es la desgracia de la abundancia. Sacar fotos hoy día es toda una hazaña porque siempre hay algún nabo mirando para otro lado, por eso del mismo lugar hay por lo menos diez.
 Las primeras imágenes de mi vida fueron sacadas en un estudio, ora con una pelota, ora con un barquito. Mi madre tiene un retrato sentada en un banco de madera y con un moño en la cabeza del tamaño de un ventilador de techo, da la impresión de tener al menos ocho años, pero ella dice que tenía cuatro. A mi viejo en cambio lo vistieron de marinerito, un diseño plagado de imaginación ya que toda su vida vivió en La Pampa y hasta mi abuelo paterno posó en la afamada casa Fillippini a principios del siglo pasado.
En la casa de mi vieja estan colgadas las "caritas " coloreadas donde estoy con mi hermana Beatriz y otra donde muestro mis primeros dientes. También sobreviven las de la comunión y la del casamiento de los viejos donde ambos posaron con tremenda cara de susto.
Una vez que nos fuimos de vacaciones con mi vieja y Lala - una querida amiga de la familia - recalamos en Cosquín, por entonces yo era ya tremendo boludón pero eso no impidió que el río me arrastrara y tuvieran que sacarme de las patas. 
Viajamos en tren haciendo un par de trasbordos, y lo que mas me fascinaba fueron las docenas de huevos duros y las latas de paté que devoramos en el viaje. Había tantos huevos que los que sobraron los guardamos para la vuelta y con mi hermana nos entretuvimos durante horas  probando puntería por la ventanilla.
Así que este verano, las vacaciones las paso en el shopping bajo el aire acondicionado, con comida chatarra y mirando fotos viejas.

   

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